El tulipán negro (ilustrado Tus Libros) by Alexandre Dumas

El tulipán negro (ilustrado Tus Libros) by Alexandre Dumas

autor:Alexandre Dumas [Dumas, Alexandre]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Drama, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1849-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo XXI

El segundo bulbillo

Hizo buena noche y al día siguiente hizo mejor todavía.

Los días anteriores la cárcel había aparecido más pesada, más sombría, más gris; aplastaba con todo su peso al pobre preso. Los muros estaban negros, el aire frío y los barrotes, de tan juntos, apenas dejaban pasar la luz.

Pero cuando Cornelius despertó, un rayo de sol matutino jugaba en los barrotes, unas palomas cortaban el aire con las alas extendidas, mientras otras se arrullaban amorosamente en el tejado cercano de la ventana aún cerrada.

Corrió Cornelius a esta ventana y la abrió, y le pareció que la vida, la alegría, casi la libertad entraban con aquel rayo de sol en la sombría celda.

Era que el amor florecía allí y hacía florecer todo a su alrededor, el amor, flor del cielo muchísimo más radiante, muchísimo más fragante que todas las flores de la tierra.

Cuando Gryphus entró en la celda del preso, en vez de encontrarlo alicaído y echado como otros días, lo halló levantado y cantando una melodía de ópera.

Gryphus le miró con mala cara.

—¿Eh? —dijo.

—¿Cómo andamos esta mañana?

Gryphus le miró con mala cara.

—Y el perro, y el señor Jacob, y nuestra Rosita, ¿cómo están todos?

Gryphus hizo rechinar los dientes.

—Aquí tenéis el desayuno —dijo.

—Gracias, amigo cerbero —dijo el preso—. A tiempo llega, que tengo mucha hambre.

—Ah, ¿conque tenéis hambre? —dijo Gryphus.

—Hombre, ¿y por qué no? —preguntó van Baerle.

—Parece que la conspiración va bien —dijo Gryphus.

—¿Qué conspiración? —preguntó van Baerle.

—¡Bueno! Uno sabe lo que se dice, pero vigilaremos, señor sabio; estad tranquilo, que vigilaremos.

—¡Vigilad, amigo Gryphus! —dijo van Baerle—. Vigilad. Mi conspiración, como toda mi persona, está a vuestra disposición.

—Eso lo veremos a mediodía —dijo Gryphus.

Y salió.

—A mediodía —repitió Cornelius—. ¿Qué quiere decir? Sea, esperemos a mediodía; a mediodía veremos.

Le era fácil a Cornelius esperar a mediodía, pues esperaba hasta las nueve.

Dieron las doce del mediodía y se oyeron en la escalera no sólo los pasos de Gryphus, sino también los de tres o cuatro soldados que subían con él.

La puerta se abrió, entró Gryphus, hizo entrar a los hombres y cerró la puerta.

—Aquí es. Ahora, a buscar.

Buscaron en los bolsillos de Cornelius, entre la ropilla y el jubón, entre el jubón y la camisa, entre la camisa y la piel y no encontraron nada.

Buscaron entre las sábanas, en los almohadones y en el jergón del lecho y no encontraron nada.

Fue entonces cuando Cornelius se felicitó por no haber aceptado el tercer bulbillo. En este registro Gryphus lo habría encontrado de seguro, por muy escondido que hubiese estado, y habría hecho lo mismo que con el primero.

Por lo demás, jamás preso alguno asistió con el rostro más sereno a un registro de su morada.

Gryphus se marchó con el lápiz y las tres o cuatro hojas de papel blanco que Rosa había dado a Cornelius; ése fue todo el trofeo de la expedición.

A las seis, Gryphus volvió, pero solo; Cornelius quiso aplacarle, pero Gryphus refunfuñó, dejó ver un colmillo que tenía a un lado de la boca y salió andando hacia atrás como quien teme que le acorralen.



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